Los intensos fenómenos de El Niño, sumados a la crisis climática, han debilitado los regímenes de lluvia en las regiones ecuatoriales. La escasez de agua se ha convertido en un desafío global que afecta a millones de personas y pone en riesgo el desarrollo sostenible. En el norte de la Cordillera de los Andes, el sistema de embalses de Chingaza, que históricamente ha aportado cerca del 70% del agua potable que consume Bogotá, enfrenta una presión creciente. Actualmente, este sistema debe abastecer a más de 9 millones de personas, y se estima que, para 2050, la demanda hídrica aumentará para cubrir las necesidades de casi 600 mil habitantes adicionales. Garantizar el suministro de agua potable a largo plazo representa un reto técnico, científico, económico y político de gran envergadura.
Algunas propuestas han sugerido la construcción de nuevos embalses; sin embargo, en el contexto de la crisis climática, se prevé que las lluvias en ciertas regiones disminuyan. Esto significa que, si las precipitaciones se reducen, incluso con la construcción de nuevos embalses, estos podrían quedar secos. Una alternativa prometedora es la exploración y aprovechamiento de las fuentes de agua subterránea. En la década de 1970, un equipo interdisciplinario de geólogos e ingenieros civiles de la Universidad Nacional de Colombia determinó que Bogotá podría contar con más de 50 mil millones de metros cúbicos de reservas de agua subterránea. Estas reservas se almacenan en acuíferos formados por areniscas porosas que se extienden cientos de metros bajo la superficie. Durante milenios, el agua de lluvia ha sido captada en los Cerros Orientales y ha fluido lentamente a través de rocas del Grupo Guadalupe, acumulándose en las profundidades.
Las geociencias desempeñan un papel fundamental en la localización de estas reservas ocultas. Métodos como las tomografías eléctricas, los sondeos electromagnéticos y los levantamientos magnetotelúricos permiten a los geofísicos identificar y caracterizar los acuíferos. Estos estudios son esenciales para tomar decisiones informadas y evitar la sobreexplotación, un problema que podría agravar la crisis hídrica. Es crucial modelar el flujo y almacenamiento del agua subterránea para simular escenarios de extracción y recarga, optimizando así el uso del recurso. Estudios recientes en Bogotá han demostrado que los acuíferos locales tienen el potencial de complementar el suministro de agua potable, aunque requieren una gestión responsable. En América Latina, ciudades como Lima y Ciudad de México han implementado con éxito estrategias de recarga artificial de acuíferos, lo que podría servir como modelo para Bogotá.
Debido a que los estudios preliminares cuentan con más de 50 años, se hace necesario realizar una exploración geofísica actualizada y rigurosa que permita determinar la profundidad y ubicación óptimas para la perforación. Además, es fundamental comprender las tasas de recarga de los acuíferos para evitar su sobreexplotación y evaluar si las actividades industriales históricas en la Sabana de Bogotá han afectado la presión y las reservas de los acuíferos. Una vez establecida la localización del agua, se cuente con información de su potabilidad y los hallazgos técnicos respalden la extracción de agua, el siguiente paso es hacer una red densificada de pozos para bombearla a superficie.
Históricamente, la falta de planificación en la gestión del agua subterránea ha generado tragedias ambientales y económicas. En Ciudad de México y California, por ejemplo, la sobreexplotación de acuíferos ha provocado subsidencia del suelo, dañando infraestructuras y generando costos de reparación de miles de millones de dólares. En Bogotá, un manejo inadecuado de los acuíferos podría desencadenar problemas similares, afectando edificaciones, vías y sistemas de alcantarillado. Aprender de estas experiencias es esencial para evitar errores costosos.
La subsidencia puede monitorearse mediante técnicas geodésicas y geofísicas avanzadas, como la Interferometría de Radar de Apertura Sintética (InSAR). Esta tecnología utiliza imágenes satelitales de radar capturadas en distintos momentos para detectar cambios milimétricos en la elevación del terreno con una precisión excepcional. Gracias a su alta resolución espacial, InSAR se ha consolidado como una herramienta indispensable para la planificación urbana, el monitoreo de la extracción de aguas subterráneas y la gestión de riesgos. Por ello, en caso de que Bogotá opte por la extracción de aguas subterráneas, es fundamental que cuente con el talento humano especializado y con entidades capacitadas para realizar un monitoreo satelital continuo. Esto permitirá identificar áreas susceptibles a hundimientos y tomar medidas urgentes para mitigar posibles daños, asegurando así una gestión responsable y sostenible de este recurso vital.
El impacto ambiental de una mala gestión del agua subterránea también es significativo. La sobreextracción puede secar humedales, alterar ecosistemas y comprometer la biodiversidad. Además, el cambio climático agrava este problema al reducir la recarga natural de los acuíferos debido a la variabilidad en las precipitaciones. Según un estudio de la ONU, para 2030, el 40% de la población mundial enfrentará escasez hídrica severa, lo que subraya la urgencia de actuar con responsabilidad.
En el contexto colombiano, la exploración y uso del agua subterránea enfrenta desafíos políticos y regulatorios. La falta de normativas claras ha dificultado la inversión en infraestructura hídrica, mientras que la burocracia retrasa proyectos esenciales. El acceso al agua es un derecho fundamental, y garantizar su disponibilidad en Bogotá requiere una combinación de ciencia, tecnología y políticas efectivas. Apostar por el agua subterránea como una solución complementaria representa una oportunidad para asegurar el desarrollo sostenible de la ciudad.
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