GeoTech Risk Consulting

GeoTech Risk Consulting. 22/02/2025
Por PhD(c) Miguel Lizarazo.

Tiempo de lectura: 5 minutos

Sismos desastrosos, ¿estamos preparados?

Sismos desastrosos, ¿estamos preparados?

El testimonio de Don Víctor Cortés, sobreviviente del terremoto de magnitud 7.8 del 16 de abril de 2016 en Pedernales, Ecuador, nos recuerda lo frágiles que somos:

"El día comenzó como cualquier otro, con el ruido del tráfico y la gente en la calle. Pero a las 7:00 p. m., todo cambió. La tierra rugió y los edificios comenzaron a crujir. Las ventanas estallaron, los postes de luz se sacudían como si fueran de papel. La gente gritaba, intentaba correr, pero muchos caían entre los escombros. Cuando el temblor cesó, empecé a escuchar lamentos, gritos de auxilio. No había señal en los celulares, ni internet. Los hospitales colapsaron en minutos. Atendían a la gente como podían: en los pasillos, en los patios, donde fuera necesario. Algunos llegaban con heridas abiertas, otros en shock. Muchos buscaban a sus familiares y solo encontraban cuerpos cubiertos con sábanas.

En los barrios más afectados, entre los escombros se oían voces pidiendo ayuda. Vecinos y rescatistas cavaban con las manos o con lo que encontraran. Cada persona que sacaban con vida era una victoria, pero no siempre era así. Algunos supermercados se colapsaron, la gente comenzó a hacer saqueos, algunos por necesidad, otros por oportunismo. La ayuda tardó en llegar. Helicópteros militares sobrevolaban la zona, pero todo era un caos. Los días siguientes fueron una lucha constante: sobrevivir con lo poco que quedaba, buscar respuestas entre los escombros, enterrar a los muertos y reconstruir la vida desde las ruinas."

La escena recuerda desastres pasados. En Haití, en 2010, un terremoto de magnitud 7.0 dejó más de 200,000 muertos y un país colapsado. En Ecuador, el sismo de 2016 destruyó ciudades enteras. En Colombia, el terremoto de Armenia en 1999 dejó una cicatriz imborrable en el país. Reciente el terremoto de Turquía y Siria en 2023, dejó más de 50,000 muertos. Estos eventos nos recuerdan la importancia de estar preparados. A lo largo de la historia, los mayores terremotos registrados han sido el de Valdivia, Chile, en 1960 (Mw 9.5), el de Alaska en 1964 (Mw 9.2) y el de Sumatra en 2004 (Mw 9.1), este último generando un tsunami que causó más de 230,000 muertes en el sudeste asiático.

La ciencia y la tecnología han avanzado significativamente en el monitoreo de la actividad sísmica, pero aún persisten desafíos, especialmente en regiones vulnerables con infraestructura precaria y escasa inversión en prevención. Las geociencias desempeñan un papel crucial en la comprensión y monitoreo de la actividad sísmica. Gracias a redes de estaciones de sismómetros, acelerómetros y GNSS, asi como a tecnologías satelitales como InSAR, los científicos pueden detectar movimientos y deformaciones en la corteza terrestre con precisión milimétrica. Japón, EE. UU. y Chile han desarrollado redes de monitoreo altamente densificadas, lo que les permite identificar y estudiar con detalle los movimientos sutiles del suelo. En Latinoamérica, países como Chile y México han invertido en redes de monitoreo robustas. Sin embargo, a pesar de que países como Perú, Ecuador y Colombia se encuentran en la región crítica de la zona de subducción del Pacífico, su inversión en redes de monitoreo e investigación en sismología aún es limitada. Solamente en la Costa Pacífica colombiana, se destacan los grandes terremotos de 1906 (Mw 8.4), 1958 (Mw 7.6) y 1979 (Mw 8.1), todos con potencial tsunamigénico.

En países como México, Japón y EE. UU., sistemas de alerta temprana permiten emitir advertencias con segundos de anticipación, tiempo suficiente para detener trenes y cortar suministros de gas, reduciendo riesgos de incendios y colapsos estructurales. Lo que demuestran que con inversión y voluntad política es posible reducir el impacto de los sismos.

En Colombia, el monitoreo sísmico está a cargo de La Red Sismológica Nacional de Colombia (RSNC). Esta se creó en 1993 para monitorear la actividad sísmica del país, en respuesta a los terremotos de la Costa Pacífica en 1979, de Popayán en 1983 y la erupción del Nevado del Ruiz en 1985. Desde entonces, la RSNC ha mejorado su capacidad de detección y análisis, pero aún enfrenta desafíos como la financiación de una red de estaciones de mayor cobertura, la falta de estaciones en zonas de alto riesgo y la escasa investigación sobre fallas activas y zonas sismogénicas, con lo cual es difícil establecer modelos de amenaza sísmica realistas para el país que conlleven a mejores practicas de construcción sismorresistente.

El impacto de los terremotos no solo es humano, sino también económico y ambiental. Movimientos sísmicos pueden alterar cursos de ríos, provocar deslizamientos masivos y generar tsunamis devastadores. Se estima que el sismo de Tōhoku en 2011 generó pérdidas de más de 235,000 millones de dólares, convirtiéndose en el desastre natural más costoso de la historia. En Latinoamérica, el terremoto de 2010 en Chile causó daños superiores a los 30,000 millones de dólares. En Colombia, el terremoto de Armenia en 1999 dejó más de 1,100 muertos y pérdidas por más de 1,800 millones de dólares. Sin embargo, un evento de mayor magnitud podría generar daños aún más severos, afectando la infraestructura de ciudades costeras como Tumaco y Buenaventura, donde las edificaciones no han sido diseñadas para soportar sismos de gran magnitud, o en el centro del país, donde las ciudades han crecido con escasa planeación. El crecimiento descontrolado de ciudades, muchas veces sin normas de construcción sismorresistentes, amplifica la magnitud de los desastres. Mientras en Japón un sismo de magnitud 7 puede causar pocos daños, en otros países un evento similar puede ser catastrófico.

La pregunta sigue en el aire: ¿estamos preparados para el próximo gran sismo?

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